Nuestro viaje nos lleva a Seattle, Estados Unidos, a principios del siglo XX. En aquella época, el aire olía a madera y mar, y la industria aeronáutica era apenas un sueño en la mente de unos pocos valientes.
Y uno de ellos era William E. Boeing, un magnate de la industria maderera que, tras un vuelo en una de aquellas frágiles máquinas, quedó maravillado y convencido de algo: «Yo puedo construir un avión mejor».
Así, en 1916, fundó la Boeing Airplane Company y, junto a su socio George Conrad Westervelt, construyó su primer avión: el hidroavión B&W (Boeing & Westervelt) Model 1: una máquina de madera, lino y alambre, que representaba el primer paso de un gigante.
Boeing rápidamente consiguió contratos militares durante la Primera Guerra Mundial y, más tarde, se convirtió en un pionero del correo aéreo (en la US Air Mail). Esta experiencia fue importantísima, ya que obligó a la compañía a diseñar aeronaves cada vez más fiables, rápidas y capaces de operar en condiciones exigentes.
Y ese fue el motor que impulsó a Boeing a dejar de ser un taller en un astillero de Seattle para convertirse en el arquitecto de los gigantes del aire que definirían el siglo XX.