Durante los primeros años de la historia de la aviación, los aviones no lograban alcanzar grandes altitudes; además, la duración de los vuelos era muy limitada.
Pero, con el paso del tiempo y la sofisticación de los sistemas, aumentar la altitud a la que vuelan los aviones fue la evolución natural que el sector requería. ¿Por qué? Muy sencillo:
- A mayor altitud, se requiere menos combustible y aumenta considerablemente la velocidad.
- El mal tiempo se produce en las capas más bajas de la atmósfera.
- Hay accidentes geográficos que requieren volar a cierta altitud para poder salvarlos.
Y, ¿qué inconvenientes surgieron al aumentar la altitud de vuelo? A medida que ascendemos en la atmósfera, la presión parcial de los diferentes gases se va reduciendo, por lo que se generaban dos problemas.
Por un lado, los motores, al ser de pistón, necesitaban grandes cantidades de oxígeno para la combustión; así que, a partir de una altitud determinada, existía el riesgo de que se parasen.
Por otro lado, el factor humano. Y es que, al reducirse la presión parcial de oxígeno, los pasajeros se veían expuestos a la hipoxia; condición que reduce la capacidad de reacción y raciocinio.
En consecuencia, a principios de 1940, los fabricantes de aeronaves comenzaron a crear los primeros aviones con cabinas presurizadas.